domingo, 12 de septiembre de 2010

Te sigo extrañando

Es una mañana fresca y no como todas las mañanas del mes de septiembre. Pongamos que es una mañana de mayo, de esas mañanas de mayo que el sol va levantándose por algún lado de lado derecho. Los pájaros uno a uno van saliendo de sus pequeños nidos a dar la vuelta. Vas manejando con las ventanas abajo pues es una mañana de mayo y si no las aprovechas en septiembre te estarás arrepintiendo. Tomemos como principio que esta mañana es sábado, ¿a quién no le gusta el sábado? Realmente los sábados son maravillosos. Entre todo esto hay algo que no se te ha ocurrido mencionar en todo el relato; te la has pasado pensando en ella; quieres olvidar la oración que acabas de escribir y mejor escribes la siguiente: Me la he pasado pensando en ti. Te suena mejor pero preferirías podérselo decir de frente. Por momentos se te olvida que vas manejando, sólo piensas en cuánto la extrañas, pero no lo dices sólo por decirlo, realmente la extrañas, y sólo han pasado cuarenta y ocho horas desde que la viste; Sacudes la cabeza en zic-zac para darte cuenta que sabina te acompaña, ya es medio día aunque para ti sólo hayan pasado dos horas. Te estacionas y comienzas a bajar del coche, Cómo la extrañas, de verdad que la extrañas, extrañas su sonrisa, su cabello, la extrañas y mucho. Aparece frente a ti, como si te estuviera esperando, sonriéndose como si hubieran pasado minutos desde la última vez que se vieron, se miran, y ambos saben que se están mirando a los ojos sin importar que estén muy lejos para poder hacerlo. Románticamente abres los brazos para recibirla, y recuerdas que con cada hasta pronto que se dijeron, estaba incluida la bienvenida. La acurrucas entre tus brazos y te pregunta.

¿Me extrañaste?

Y dices: Como no tienes una idea, incluso aunque te tengo entre mis brazos, todavía te estoy extrañando.

Terrenal

Y con cada bocanada que mi cuerpo exige, el mundo terrenal se va terminando, siento que la ingravidez de la vida se hace mucho más vulnerable; mi piernas hace algunas horas me dejaron de doler, los brazos se van llenando de plumas que se vuelan con el aire. La bicicleta todavía respira, y aunque los frenos están rotos, me pidió que continuáramos.

Hasta que con cada bocanada que mi cuerpo exige el mundo terrenal, se va terminando.

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