Sin una clara idea de lo que va a salir de las palabras,
comienzo una aventura nueva, la de formar oraciones, la de ir colocando letra tras letra, palabra por palabra para ir sensibilizando el corazón y la mente. Para retomar aquel toque con el que suelen escribirse sinfonías, para redescubrir esa magia esa ilusión que se sintió perdida, para encontrar en mí una respuesta y una mejor comprensión de lo que pasa, escribo para nada, y digo para nada porque muchas veces escribo sin saber lo que estoy escribiendo, como una ignominia a la razón que se deja llevar por los placeres de lo no sabes que podrías haber escrito. Se escribe para contar historias, para matar el tiempo, para entender el tiempo y para detenerte en lo que nunca te habías detenido, para sonreír y para dejar de hacerlo, para imaginar y para sonar dentro de otros, para reverberar dentro de ellos como alguno quizá hacen cuando lees sus escritos.
Me gustaría imaginar que el músico de la literatura que llevo dentro está despertando, que se está tronando la mano y que tiene una nada que contar. De esas nadas que duras muchos escritos.
No sé para qué escribo, ni qué es lo que acabo de contar, pero que quede en estas hojas, y que se anote que hoy me decidí a hacer lo que hacía tanto no hacía.