domingo, 25 de octubre de 2009

He sobrevivido a la noche, estoy recostado en mi cama sin razón alguna, misteriosamente esta vez no hubo pesadilla que me hiciera sentir mal. Fueron otras las razones que me quitaron el sueño. Hace frío y me acurruco bajo sábana. Ni si quiera parece que estemos en otoño. Estiro la mano en busca de mi reloj para saber la hora. No está. Me doy vuelta. Desde este punto el techo cambia de forma. Juego a saber mi estado de ánimo, y siento que no vale la pena estar triste, sé que me levantaré y sonreiré. El problema es levantarse. Vivo más seguro –no mejor– que si me levantara. Me volteó y recuerdo que dejé el reloj en mi escritorio. No importa me digo a mí mismo quiero dormir más. Me tapo la cara y cierro los ojos.

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–¿Sabes lo que (yo) darían (daría) por hacer las cosas bien?– Sí, pero te niegas a intentarlo.

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