miércoles, 28 de octubre de 2009

Mírame, me tiembla la mano al ver tu número que he tecleado por enésima vez en el teléfono. Basta con pulsar un botón para que en segundos respondas con tu tono tan peculiar. Me miro los dedos y suelto un suspiro al aire a la par que cancelo uno a uno los dígitos.

En la pared está el reloj que me presiona, no se detiene y con cada tic-tac que da siento que avanza más y más rápido. En cuestión de minutos, si es que no me atrevo a telefonearte, tomarás un camino por el cual no me dejan seguirte. Un camino que va más allá de mis posibilidades. Un camino desconocido. No sé cuánto tiempo tendré que esperar. No sé cuántas horas me robarás el pensamiento sin que pueda hacer nada. Volteó y el reloj marca 23:55 –5 minutos– digo en un tono casi inaudible. Desilusionado me recuesto en mi cama, realmente no tengo el valor para llamarla.

Cierro ojos e imagino un mar. Puedo escuchar al viento. Las olas azotan ligeramente mis pies. Me relajo, hacía tiempo que no sentía escalofríos recorrer mi cuerpo. La arena es suave. En le horizonte no hay ni una sola nube.                              A lo lejos te veo caminar, no quiero que te vayas…

Abro los ojos de golpe, 23:58 –Dos minutos– Tomo el auricular, tecleo tu número que me sé de memoria y espero el tono…

–¿Hola?…

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